
Con permiso de Atikus y de todos los expertos en cine, hoy me voy a centrar en una película, quizá, para anestesiar algún recuerdo vivido. He estado viendo Crónicas, una narración descarnada en la que el protagonista es un periodista de televisión que trabaja en un reality de los muchos que pueblan las emisiones de todo el planeta. Está empeñado en convertirse en un héroe y descubrir a un asesino de niños sobre el que ha tenido que trabajar. El contacto con la gente le lleva a tener pistas que decide investigar por si mismo y, totalmente consciente de lo que hace, atraviesa una de esas líneas rojas que tiene toda profesión para conseguir lo que ansía sobre todas las cosas: el éxito y el reconocimiento.
Y su personaje no está alejado de mucho de lo que hay en el periodismo de hoy. Aquí y ahora. Una escena de la película muestra a una madre llorando, derretida y agarrada al ataud de uno de sus hijos. El marido se acerca hasta ella para consolarla, abrazarla, y para intentar que se separe del féretro. Es una escena con la que los periodistas trabajamos con cierta frecuencia. Y en ese pequeño cementerio de la película, el cámara de televisión mueve al padre, al hombre dolorido, para poder captar mejor la imagen. Le hace moverse para que en el objetivo quepa bien la cara inundada de llanto y dolor de la madre.
Más tarde el cámara, el periodista y la productora de la noticia se ven envueltos en un linchamiento. De lo que se preocupan es de que la crudeza de la escena salga bien filmada, de que la sangre se capte y los puñetazos aparezcan en primer plano.
Pasan muchas cosas más… tantas más como las que “compañeros” de profesión hacen cada día en la vida real.
He tenido que trabajar en noticias sobre desaparecidos en las aguas de un río y no he preguntado a los hombres y mujeres con lágrimas en los ojos que se adivinan como familiares. No. Se habla con los policías, con los guardias civiles o con los buzos, pero se tiene que respetar el dolor. Los cámaras se dan codazos entre ellos y con los fotógrafos, hay redactores que corren detrás de un coche que está en marcha suplicando unas palabras que rellenen un tiempo vacío…
He tenido que ir a entierros y nunca me he acercado a los familiares, metiéndoles el micrófono o una grabadora entre las lágrimas para pedirles una declaración. No he suplicado a madres destrozadas que me diesen una foto de sus hijos fallecidos para publicarla en el periódico y que todos vean la cara viva de un muerto. Sí he hablado con heridos que han contado cómo ha sido un accidente; sí he hablado con portavoces que han narrado hechos y no lamentos; sí he pedido datos a quien podría tenerlos. Sí he intentado reconstruir, he buscado, he escrito, he hablado…
Las líneas rojas se pasan de muchas formas. Y hoy la prensa se está saltando las fronteras. Redactores jefes, jefes de sección, subdirectores y directores, jefes de programas, productores… piden la sangre que muchos les dan.