lunes, 25 de enero de 2010

Y luego dicen que no se premia el esfuerzo...


Nunca agradeceré suficientemente al aburrimiento el que me dejase medio adormilada esta tarde frente a la tele. Entre la bruma divisé lo que parecían... ¡músculos!. Y sí... allí estaban.

Cuatro acaba de estrenar Valientes. Sé que va de tres hermanos, que son estos chicos tan, tan, tan todo que aparecen en la foto.

Qué barbaridad. No sé si podrían ser hermanos por la edad que tienen, que parece la misma, pero menudos genes se gastan.
Después de ellos aparecieron en pantalla una madre y su hija. Qué dos. Igualmente bellas, esbeltas y riquísimas.

Menuda porquería de conversación que han tenido todos. Vaya chasco de interpretación, sobre todo de los hermanísimos. Pero qué más da, me he dicho a mi misma... relájate y disfruta de la serie.

Para que luego digan que la sociedad actual no premia el esfuerzo. Si es lo único que han hecho estos tres, sudar y sudar con las pesas para luego salir en la pantalla.
Criticones sin argumentos.

domingo, 10 de enero de 2010

Nieve de corazón


Los copos de nieve que han caído esta noche sobre mi casa tienen forma de corazón. Me lo había parecido cuando los contemplaba desde el salón cayendo dulcemente sobre la terraza, pero necesitaba una prueba que lo demostrase. Nadie me creería si me limitaba a contarlo. Por eso me decidí a sacar la cámara que me han traído los Reyes y me dispuse a obtener una imagen irrefutable. Aquí está.


Quizá querían acariciar a estos peces. Son los que están colocados desde hace dos días en el cristal de la puerta de la terraza. Los peces se ven contentos teniendo la nieve detrás. Hasta tienen iluminados los colores. Los rojos del cangrejo. Y los azules de la ballena (no dejo que vea anuncios en la tele, a pesar de que la tiene justo enfrente, para que no piense en tristes dietas de adelgazamiento. Con lo preciosa que está. Menos mal que la ley audiovisual no va a permitir esa publicidad)




Mi aloe vera es el único que creo que está sufriendo.
Voy a resguardarlo de los copos.

martes, 5 de enero de 2010

Lágrimas por Sanaa




No sé qué habrá sido de los niños que en septiembre de 1995 nos lanzaron piedras por las estrechas calles de Sanaa. No sé si una vez que rieron felices y corrieron con todas sus fuerzas para evitar las voces de Miguel, volvieron a sus casas, bañadas por las luces de color que dejan atravesar los cristales artesanos típicos de la capital de Yemen, a contarles la aventura a sus padres; o si se enfrentaron a una mirada severa que les cortó el relato. No sé si siguieron tirando pedruscos a otros turistas aprovechando que miraban extasiados sus deslumbrantes edificios, o si tuvieron que soportar largos discursos que les hayan hecho temer y odiar lo diferente.


Lo que sí me imagino es que sus hijos, si los tienen, seguirán pensando que los que venimos de la zona rica del mundo les enterramos en la pobreza. Ahora todos ellos están bajo la mirada asustada y dispuesta para la lucha de Estados Unidos.

Yemen es territorio sospechoso. Los embajadores abandonarán sus lujos, los extranjeros no tendrán el escaso hueco que les habían dejado, y el país será cada vez un poco más pequeño. Y un poco más de ellos, de los que no quieren un mundo amplio y abierto.

Ya cuando estuvimos allí los hombres de Yemen demostraban lo hombres que eran llevando armas. Tanto, que el yemení que hablaba nuestro idioma con acento cubano y que nos acompañó por sus ciudades pidió prestado un fusil cuando nos acercamos a su pueblo. No quería que los familiares y amigos le viesen desarmado.
Hombres como éstos llenan las calles de allí.


No sé si eran extremistas. No sé si lo son ahora. No sé si más que nada eran prisioneros de una costumbre antigua.


Lo que sí sé es que ellos no deberían estar bajo sospecha. No tienen que ser el nuevo demonio, porque lo se sí sé es que viven en un pequeño infierno que no necesita atizarse más.




Yo también iba armada.
Con lo que se ve entre las manos.
Y me llena de rabia roja leer ahora sobre Yemen.