La estridencia de las voces. Ese es uno de los ruidos que me resultan más molestos y que cada vez descubro con más evidencia alrededor. Lo que me mata no son las canciones a todo volumen en los móviles, que tanto desesperan a Manu; ni los coches que pasan con las ventanillas bajadas con la música desbordando su propio espacio que lamenta el periodista. Lo que me puede son los gritos que se escuchan en la quietud de un restaurante, en la tranquilidad de una espera, en la calma de un parque. Y no es que yo hable precisamente en voz queda, pero intento huir del grito (aunque alguno se me escape llamando la vigésima vez a Mario para que haga algo).
Hace dos veranos fuimos con dos niños de viaje por Rumanía. Mi hijo y mi sobrino (cinco y seis años) vinieron a hacer un recorrido por el país en un coche que alquilamos al llegar a Bucarest. La idea que podamos tener de Rumania desde aquí seguro que es muy lejana al país hermoso, verde, escultural y silencio que es el país real. En ese viaje redescubrí el silencio y lamenté el escándalo que acompaña lo nacional, lo español. Fui plenamente consciente cuando subimos a un teleférico y los rumanos nos miraban sorprendidos por el volumen de nuestras voces. La de los niños gritando su alegría al ver el mundo desde la cabina y el nuestro rogándoles que no armasen tanto jaleo. Ellos no daban crédito a los decibelios que éramos capaces de producir únicamente seis seres humanos. Cuando paseando por esas preciosas ciudades descubríamos un parque infantil nos sorprendíamos, porque no eran las voces infantiles las que nos alertaban de que cerca había un lugar con columpios, como sí ocurre aquí. Y en esos parque los niños jugaban felices, tanto como por aquí.
El año pasado volvimos a repetir experiencia los mismos seis en el sur de Francia. Y ahí la quietud es famosa. Esta vez logramos más silencio, eso sí, a fuerza de advertir cada día a los niños, ya de seis y siete años, de la importancia del respeto.
Y todo lo volví a recordar anoche cenando en un restaurante. Entramos con los dos niños, ahora con siete y ocho años, y los que ya estaban comiendo lo hacían en un volumen relajadamente moderado. Hasta que la chirriante voz de mi sobrino empezó a preguntar qué ponía en la carta…
14 comentarios:
La primavera pasada, en Londres, fui consciente de lo mismo que cuentas aquí. Estábamos en un self-service y de repente reparé que estábamos rodeados de parejas con niños y, sin embargo, no se oía ni un alma. No había ningún crío berreando caprichoso ni haciendo rondas por las mesas de alrededor, ningún padre ni madre chillándoles que se estén quietos... Si, no estaría mal que fuésemos un poco más europeos en algunas de estas cosas.
Esa es la "cruzada" que he iniciado ahora ufffff... conseguir que sepan estar en los sitios con un tono de voz adecuado. Como a los dos les encanta viajar (Mario está ahorrando para ir a China) les digo que será imposible llevarlos si no saben respetar el silencio y el volumen de voz que reclaman los demás... bueno, a ratos funciona, y ya es algo...
Bufff... es que el escándalo que generamos los españoles ya debe ser mítico en toda Europa y medio mundo...
Mi hermano, de viaje por toda Europa con el Interrail me contaba al llegar que estando en Praga, reconocieron a un grupo de españoles por el ruido que hacían.
Que iban tranquilamente admirando una plaza cuando de repente un grito rompio el murmullo que se oía en la calle con un....
'¡¡¡¡¡EEEEEEHHHH!!!!!, VENIR PACÁ Y MIRAR QUE CHULADA HAY AQUÍ'...
Un compañero de mi hermano se dio la vuelta y dijo... 'mira, más españoles'... y siguieron de frente intentando que el resto de asombrados ciudadanos no les reconocieran como españoles a ellos...
Y es que lo malo no es que los niños chillen... lo malo es que los niños chillan porque es lo que aprenden de los mayores. Yo lo he visto con mi chaval, el mayor, que ha crecido rodeado de sus 'titis' y los 'yayos' (mis suegros), y ha visto que lo habitual cuando se va a cualquier lado es hablar a voces, así que ahora él hace lo mismo...
Y es que no hay más que entrar en cualquier bar y ser un poquito observador para identificar a ese grupo de 'parroquianos' que todo lo discuten a voces y todo lo cuentan entre grandes risotadas que ahogan incluso tus propios pensamientos.
Lo malo, es cuando el dueño del bar intenta ahogar ese mismo molesto ruido, subiendo el volumen de la tele, con lo que al final se produce el colapso auditivo entre las noticias del día, los comentarios sobre el 'furbol' y las opiniones sobre política...
Alguien debería montar un bar del silencio... donde, como en las bibliotecas, la gente no pudiese elevar el tono de voz y todos pudiésemos disfrutar de conversaciones en un tono de voz normal...
¡Cuanta razón tenéis! A los españoles se nos identifica fácilmente fuera por las voces. Yo también tengo experiencias en ese sentido. Me viene a la memoria las tabernas de mi pueblo donde era imposible hacerte entender si no pedías a grito pelao. Es lo que más me fastidia, que tenga que entrar por el aro y comportarme con los demás. Si tú no subes el tono de voz para imponerte al sonido ambiente, ¡como coño pides la cerveza o le dices a tu colega que la tele está muy alta! A voces. Además para que tienen la tele puesta si nadie la escucha.
Me temo que nos queda mucho camino por recorrer y muchos Marios por escuchar.
Es curioso pero yo, por otras razones, también estoy descubriendo que lo que no se dice es más importante que lo que se dice y que el silencio está cargado de valor y significado.
España es un país muy ruidoso, creo que nos acostumbramos a gritar porque casi siempre suele haber mucho ruido al rededor, y hay gente a la que incluso le aterra el silencio.
Di que si. Yo lo encuentro espeluznante. Lo comento a menudo, cuando estoy en cualquier sitio público y, la verdad, la gente me suele mirar un poco con pena, como "que finolis la tipa" y "es que somos látinos"...¡es que no puedo con esta tontería de la latinidad! ¿es que precisamente nuestro milenario acervo cultural no tendría que manifestarse en las buenas maneras y la educación?
es triste tener que gritar, entre pizza y postre, al compañero de mesa, o tener que hacer mímica para hacerte entender...me parece una señal más del atolondramiento y chacabanería de la que se hace gala demasiado a menudo e invade, por desgracia cada vez más, nuestra sociedad.
Alabo tu sensibilidad al respecto, Carmen, de verdad dela buena...
Cuanta razón tienes javierlunaro... muchas veces dice mucho más el silencio que las palabras...
Si hay algo que antes hacía siempre que podía, y que me encanta, era irme a la sierra de Madrid... caminar y caminar hasta llegar a una zona bien alejada del bullicio, subirme a un risco y contemplar la belleza del entorno mientras disfruto de la melodía del silencio...
Que no sirva de comparación, en Alemania en casi todos los bares y restaurantes se puede entran con animales, en España ni lo sueñes, claro los perros fuera de España los adiestran, vamos que están educados, ni ladran ni molestan, tenemos tanto que aprender a pesar de creernos los mejores.
Proverbio de Salomón: La palabra suave calma la ira.
Saludos de corazón con voz suaaaaave.
Y me temo que eso no se cura con la edad. Lo de gritar hablando es tan nuestro como el jamón. Qué le vamos a hacer.
Yo siempre he sido un urbanita rodeado de ruidos (...y no lo digo por la música de los Residents y otras banda similares...), pero hasta que no me fuí a vivir al campo no entendí de verdad el valor del silencio...
¿Sabeis la cantidad de sonidos diferentes que pueden hacer los pájaros...? Es increíble... y yo que pensaba que solo hacían pío, pío...
Pues si lo de la contaminación acustica es una pasada, y también me han pasado movidas de esas de quye se nos quede todo el bar mirando a una banda de españoles gritones;...y que tiran los papeles y los huesos de las aceitunas...eso lo llevamos haviendo toda la vida, ademas en los bares se recoge cada x horas y punto; pero en el extrangero no. Tengo un montón de amigos extrangeros que alucinan viendo como tiramos las cosas al suelo en los bares y gritamos etc...bueno eso a nadie nos choca ¿no? sin embargo nos alucina que un chino escupa al suelo, eso es lo mas normal en China...lo dicho son todo costumbres; porque el hombre es un animal de costumbres.
Manu... qué buena idea, un bar con silencio! Está bien que la calma resuene donde ahora el ruido no nos deja ni movernos.
Juan, lo de las teles es para morirse. Yo procuro huir de cualquier bar que tenga la tele puesta. Aunque no siempre lo consigo, pero de verdad que me resulta... repelente!
Javier, es que no tenemos costumbre de los silencios. Cuando se produce y estamos con gente nos entra el miedo escénico.
Mad, sí, aterra estar tranquilo y poder escucharse a si mismo. Es que a lo mejor lo que nos decimos no nos gusta.
Nanci... ay, otra vez de acuerdo contigo! Qué rabia da escuchar eso de que eres una pija porque no quieres gritos. También me mata que digan que es que son niños lo que tenemos alrededor, porque es verdad, lo son, pero no deben ser un incordio para nadie (ni tan siquiera para nosotros, padres).
Joan, yo ya voy susurrando por ahí.... más besos en voz bajiiiiiita.
Tan, pues no sé, pero las personas mayores suelen gritar menos, a pesar de que decimos que oyen peor ¿no? Pero vamos a empeñarnos en bajar la voz, seguro que algún decibelio se reduce.
Carrascus, venga ya, no me creo que digan algo más que pio pio. Exageraooooo... habrás escuchado demasiada música y tendrás los pájaros metidos en la cabeza!
Atikus, pero hay costumbres que nos esforzamos por cambiar, y esta puede ser una. En los bares se nota un cambio en los últimos años... no en todos se tiran las cosas al suelo. Es un avance ¿no?
Hola
No es igual gritar q hablar alto. No hace falta berrear pero si los franceses hablan bajito a cada uno q susurre puedo señalarle "Mira, ese es francés".
No suelo españolearme, solo hago publicidad d Talavera de la Reina, pero parece q x hablar un poco más alto q el resto dl convento tengamos q hacer penitencia.
¡Cómo si no tuviésemos los españoles motivos para renegar d nuestra nacionalidad!
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